Mujer iroqués

domingo, 1 de noviembre de 2015

SER INVISIBLE


El Hombre Invisible, uno de los primeros personajes con poderes de la ciencia ficción, suele ser un villano. El protagonista de la novela de H. G. Wells quiere usar su poder para chantajear al mundo, pues nadie podrá esquivar su mortal y asesino ataque.Ese planteamiento se mantiene hasta la última versión cinematográfica, donde los protagonistas van cayendo uno por uno ante el monstruo (ya sabéis, la típica peli de se salvan el chico tímido o la chica virgen)

Bueno, pues debo decir que la invisibilidad es el poder más mierder que te puedes echar a la cara. Sí, ya sé lo que estáis pensando: si yo fuera invisible me colaría en los bancos, y en los vestuarios de las animadoras (modo masculino), y le daría de hostias a todos los chulitos que me cruzara y...

Vamos a centrarnos en el hombre-mujer invisible de la ciencia ficción (descartamos el argumento "fue un mago") cuyo cuerpo se vuelve transparente a la luz visible (pero es visible en el espectro infrarrojo, ya que sigue generando calor, circunstancia felizmente aprovechada por Mr Hyde en la segunda serie de The League of Extraordinary Gentleman)

Tenemos, pues, a una persona totalmente transparente (presupongamos que es un hombre, los tíos somos más de hacer este tipo de mongoladas). Nuestro amigo ha inventado el suero de la invisibilidad o le ha picado una araña invisible, así que ya puede salir a la calle a iniciar su reinado de terror y... bueno, eso siempre y cuando viva en un clima cálido, porque como llueva, nieve o se levante el Moncayo (¿qué pasa, que el hombre invisible no puede ser de Zaragoza?) se va a pelar de frío y le van a descubrir por el  tilín tilín de sus helados cojoncillos. Ay, amiguete, la ropa no es invisible, así que hay que salir a la calle en pelotas y descalcito.

De acuerdo, nuestro hombre invisible es murciano: descartamos el frío y la lluvia. Pero como no cruce por los semáforos, su carrera criminal va a durar poquito. Si lo hace a pelo, o por un paso de cebra, el primer conductor se preguntará qué cojones es lo que le ha abollado el capó, y el segundo qué es eso que ha pasado por debajo de sus ruedas.

Supongamos que había suficientes semáforos y nuestro coleguita ha logrado llegar a su objetivo, el vestuario femenino del polideportivo donde compite la selección de boleyplaya brasileña. El mozo se introduce subrepticiamente en una esquina, se agarra el mango feliz y se dispone a darse un homenaje visual... un momento, no, no puede.

Porque el hombre invisible es ciego

Para ver, es necesario que la luz se refleje en la retina del ojo. Si eres transparente, la luz te atraviesa sin reflejarse, así que no hay de donde rascar: un topo tuerto en un túnel del metro ve más que el hombre invisible. Y dado que un bastón flotante cantaría mucho en la acera, nuestro héroe lo tiene negro, no ya para cruzar la calle, sino para esquivar ñordos y meos perrunos, botellas rotas, condones usados, colillas encendidas, cáscaras de pipas, chicles y todo aquello con lo que sus conciudadanos decoren las aceras. Así que, o se para en todas las fuentes disponibles a lavarse los pies, o le delatará la mierda que lleva pegada a los mismos, y el montón de sordas maldiciones que proferirá cada vez que pise un regalito.

Por no mencionar otros detalles, como que si acaba de comer, llevará en el estómago un montón de cosas masticadas (a menos que antes de zamparse un pollo lo vuelva invisible), y como haya tenido caries veremos unos sospechosos empastes flotando a media altura. Y también habrá algo así como una bolsita de pis flotante, salvo que nuestro rompetechos sepa como invisibilizar el ácido úrico.

Estirando mucho mucho mucho nuestra credulidad, si el hombre invisible fuera capaz de ver, tampoco sería demasiado problemático librarse de él. Bastaría con enviar tras él a un comando bien entrenado de vendedores de la ONCE armados de gruesos garrotes. Y, si ha logrado infiltrase en nuestro cuartel general/laboratorio secreto/apartamento en Torrevieja, cubriremos el suelo de tachuelas, apagaremos la luz y nos descojonaremos escuchando los ¡ay! ¡huy! ¡me ca...! ¡ouch! cuando intente acercársenos.

El Hombre invisible, lo mires por donde lo mires, es un loser.

Aún así, habrá quien piense que debe ser genial hacerse invisible: A esas personas, las invito a disfrutar de la experiencia real. Encontrarte entre treinta, cuarenta, cien personas, y que nadie repare en tu presencia. Porque no eres una persona alta y guapa, no tienes una sonrisa deslumbrante, no destacas por la calidad de tus ropas ni lo hermoso de tu timbre de voz. No tienes una vida fascinante. 

No importas.

Da igual que valgas la pena, nadie repara ni un instante en ti, ni se toma la molestia de descubrirlo. Si hablas, no te escuchan, si preguntas, no responden. Si falta un asiento te toca estar en pie, si no hay suficientes plazas eres quien se quede en tierra, si hay planes nadie cuenta contigo y, si no estás, nadie se preocupa ni se pregunta porqué no estás, porque nadie te echa en falta. 

Están en su derecho, ninguna ley puede obligarles a prestarte un solo minuto de atención. Pero eso no hace que duela ni un ápice menos.

Bienvenidos al maravilloso mundo de la invisibilidad, que no es un regalo, sino una cadena. Por mucho que pienses que ya te has acostumbrado a su peso, volverá a doler cada vez que te den de lado y seas consciente de que sigues arrastrándola.

Eres un mendigo. Y nadie va a darte una limosna: no te ven.

1 comentario:

Irene dijo...

Aprendí a ser invisible, porque no me gusta que me vean. Mi maldición es doble, porque como tú dices, la decepción de no ser tomado en cuenta duele, pero ser el centro de atención me agobia infinitamente. Si me toca decidir, prefiero las sombras.