Mujer iroqués

miércoles, 28 de mayo de 2014

UN MUNDO FELIZ (y IV) El día a día


El nazismo también ha modificado el día a día de los alemanes. Cada poco tiempo hay grandes demostraciones del partido, y ¡ay de quien no acuda a ellas, sea como partícipe, sea como público! Cada manzana, además de obedecer las normas municipales, depende de la autoridad de un jefecillo de las SA, que debe dar el visto bueno a todo lo que sucede, y ese TODO es muy amplio. Después de todo los camisas pardas* no se sacrificaron por un desagradecido.

Los niños no tienen demasiado tiempo para ser niños. En el colegio se les inculca el espíritu nacional, y su tiempo libre está bien organizado por las Juventudes Hitlerianas, para que se disciplinen desde su más tierna infancia. En cuanto a la educación en sí, lo importante es saberse los principios del nazismo de pe a pa, el resto tampoco importa mucho.

Las iglesias no sólo han visto expropiados todos los colegios: También han pasado por el aro del Partido. Hitler no tuvo nunca demasiada buena opinión de los luteranos así que ordenó que todos los cultos protestantes se unieran, quisieran o no, a la nueva megaestructura religiosa construida en torno a la iglesia católica alemana, el movimiento del Cristianismo Activo**, que sólo nominalmente acepta la autoridad papal, y se limita a arianizar a Jesús (que ha pasado a ser el descendiente de María y un mercenario germano alistado en las legiones) y decir amén a todo lo demás. .

Hay muchos otros aspectos que, con nuestros ojos, parecen surrealistas, como los tres días de vegetarianismo obligatorio por semana***, el movimiento para erradicar la vegetación no aria **** ,los tediosos estudios dirigidos por Himmler sobre el pasado remoto de los alemanes (que implican, entre otras cosas, la destrucción de todo vestigio arqueológico que no encaje en las ideas que el criador de pollos tiene sobre cómo debe ser ese pasado) o la preservación de las tradiciones rurales, es decir, que los campesinos deben vestir como campesinos, hablar como campesinos y vivir como campesinos, de acuerdo al estereotipo que los pensadores nazis (que jamás han cogido un azadón y probablemente no saben ni como se llama) tienen sobre la feliz gente de los campos.

Por supuesto, los hijos de los campesinos deben ser campesinos, salvo que los jefes locales de las HitlerJugend se fijen en ellos y los promocionen en el Partido. El resto, salvo los primogénitos, que pueden heredar las granjas paternas, forman la masa de braceros que cuida los inmensos latifundios formados a base de expropiaciones y compras forzosas por los gerifaltes del partido y del ejército (o del partido y el éjército, porque el Reichsmarshall Goering es dueñode buena parte de Prusia y media Polonia)

Si el entorno rural vive constreñido a un idealismo bucólico las ciudades son también un reflejo de las obsesiones del Führer: la arquitectura es su pasión y Albert Speer es el ejecutor de sus inmensos sueños. Inmensos en todos los aspectos, las ciudades favoritas***** han sido reconstruidas para acomodarse al ideal de magnificencia encarnado por la nueva Berlín, ahora llamada Germania, cuyos ciudadanos caminan como hormigas a la sombra de bloques de 100 metros de altura, y monumentos que dejan enanos a esos bloques, como el Arco de Triunfo de 120 metros o la Cúpula del Pueblo, que se eleva a casi 300. Las ciudades rechazadas como Viena conservan su estilo, aunque de cuando en cuando aparecen monstruos de hormigón aquí y allá, ya que cada gauleiter quiere tener su propio edificio gigante.

La tumba de Hitler ya está en construcción: una columna de 60 m de altura en lo alto de la cual se alzará el catafalco que contendrá sus cenizas, para que todos deban alzar la mirada para verle

Gigantes son también las corporaciones industriales. Los nazis cantaban las loas del individuo ario antes y durante la guerra, pero los jugosos cheques de los industriales pesan mucho más que los ideales y, como vimos antes, con una poltrona asegurada para cada carguito de las SA, la revolución se considera algo ya logrado. Los trabajadores tragan con lo que hay, porque no hay sindicatos fuera de las oficinas del doctor Ley, ni defensa alguna contra los patrones. Así que, fuera de esas vacaciones que cada cierto tiempo les echa el partido a modo de caramelo, y las demostraciones laborales, a las que está prohibido faltar, sólo les queda pasar por el aro. Lo que incluye pagar una parte de sus sueldos a los camisas pardas si quieren asegurarse un puesto mejor.

Quejarse en las fábricas es peligroso. Quejarse en las casas lo es aún más: no faltan vecinos dispuestos a hacer méritos ante el partido ****** y, quien sabe, tal vez tu propio hijo sea quien le vaya con el cuento de lo que murmuras a su jefe disciplinario de las Juventudes Hitlerianas. Porque, ante todo, los niños le deben lealtad al Führer, después al partido y sólo después a su familia.

Esa es la vida, el día a día de los alemanes. No es un infierno ni una continua pesadilla, ya que el nivel de vida es razonable, pero sí un paisaje estéril, sin creatividad ni iniciativa. La cultura, la ciencia, la vida pública y la vida privada se modelan de acuerdo a las ideas y gustos de Hitler y su camarilla de aduladores, y cualquier cambio o avance es considerado una herejía. Una sociedad congelada en base a un pensamiento fosilizado.

¿Hubiera sobrevivido una sociedad como la que hemos visto? Probablemente hubiera salido adelante al menos durante un par de siglos. Con una economía más o menos autárquica, una estructura de sometimiento social bien establecida, y sin un enemigo exterior, sobrevivir no es tan complicado. Recordemos que lo que hundió a la URSS, que tenía un proyecto social bastante más coherente, fue la presión económica de la guerra fría, que imposibilitó la evolución hacia una economía de bienes de consumo. Recordemos, asimismo, que Roma sobrevivió durante siglos por el simple hecho de que no había nadie que rivalizara con ella, e incluso los pueblos germanicos no tenían la intención de destruirla, sino de integrarse en ella. La apatía puede acabar con una sociedad, pero lleva su tiempo.

A la larga, la tendencia del nazismo a formar reinos de taifas, administraciones paralelas e imperios personales habría acabado por disgregarla. Entretanto, el Reich de los mil años se habría arrastrado lentamente, como hizo en su tiempo la España de los Austrias, pero sin los destellos de brillantez que conformaron nuestro Siglo de Oro.

Habrá quien considere algo así como el summum de sus aspiraciones. Seguramente esas personas consideran que en un mundo así ellos serían los elegidos para los privilegios, y puede que no se equivoquen: donde es imposible que destaquen la sensibilidad, la inteligencia, el esfuerzo o el genio, los mediocres, los aduladores y los envidiosos medran sin dificultades.

Yo, personalmente, creo que tuvimos mucha suerte en 1945. Aunque hoy vivimos un presente gris y helado, sabemos que es posible hacer las cosas de otra manera y, quizás, lleguen a hacerse así algún día.

Sólo me preocupa una cosa. Que si, como dicen, vuelve a alzarse el fascismo, ya no estará ahí el Ejército Rojo para pararle los pies.

* La revolución, tan mentada por los nazis en sus discursos, consistió en que los miembros veteranos del partido, los que se habían sacrificado para llevar a Hitler al poder, se adueñaron de los bienes de las familias judías y luego se autonombraron vigilantes de la pureza política de sus vecinos, con el consiguiente flujo de chantajes y sobornos. Una vez eliminada la amenaza política de Ernst Rhöm, Hitler se despreocupó del partido y sus miembros veteranos pudieron hacer lo que les apeteciera, mientras no se inmiscuyeran en política. De hecho el NSDAP entorpeció una y otra vez el esfuerzo de guerra para garantizar sus prebendas, con la eficaz ayuda de Martin Bormann, y en los momentos finales del conflicto sus lideres locales sabotearon muchas medidas de defensa (como planes ordenados de evacuación) , por considerar que implicaban falta de fe en la victoria final. Luego, huyeron a la carrera en cuanto escucharon el primer disparo ruso, dejando a sus administrados a merced del enemigo.

** Heinrich Himmler quería constituir una religión heroica de nuevo cuño, basada en mitos pangermanos. Bormann y Goebbels abogaban por la erradicación de las iglesias. Hitler se burlaba del pseudopaganismo de Himmler, y opinaba que los otros eran demasiado radicales, ya que consideraba que la religión era útil para mantener contenta a la población. Veía más fácil llegar a entenderse con la iglesia Católica, mucho más jerarquizada, que con el resto de cultos. El concepto de Cristianismo Activo era una de las muchas elucubraciones de Rosenberg, el pensador del Partido.

*** Hitler esperaba imponer esa norma por ley tras la guerra, para salvaguardar la salud del pueblo alemán. Según sus propias palabras, desde que dejó de comer carne se había vuelto mejor persona y había dejado atrás todos sus malos instintos. Además, también según sus palabras, los pueblos que habían dominado el mundo en la antigüedad, como romanos y vikingos, eran vegetarianos.

**** Por ejemplo, el roble es claramente ario, mientras que la encina sería un roble degenerado, así que las encinas deben desarraigarse del territorio del Reich, como malas hierbas.

***** Por ejemplo Linz. Estaba decidido a convertir Linz en la capital cultural de Austria, para que Viena, donde su talento como artista no había sido reconocido, se convirtiera en un suburbio de segunda clase.

****** La Alemania nazi, como la rusia de Stalin en los años de las purgas, era el paraíso de la delación.

martes, 27 de mayo de 2014

UN MUNDO FELIZ (III) La vida tras la guerra


(Dados los resultados de las pasadas elecciones al parlamento de Europa, creo que es un buen momento para rematar este tema)

Hay un punto en el que los enterados, sea cual sea su pelaje, coinciden: la vida de los alemanes tras el triunfo del nazismo sería un paraíso. Bueno, vamos a ver qué tal se lleva el pasar diario en ese hipotético III Reich victorioso, tras la llegada de la paz...

... paz relativa, porque Hitler opina que la paz prolongada es perniciosa. En sus conversaciones de sobremesa menciona la necesidad de una guerra de extensión limitada cada cierto tiempo, diez años, por ejemplo. Expediciones de castigo más allá de las fronteras orientales (los Urales) para recordar a los pueblos asiáticos quién es el amo, y de paso hacer una criba en las nuevas generaciones, seleccionando así a los mejores* y evitando que el saludable pueblo alemán caiga en la molicie y la degeneración. Porque la guerra es al hombre lo que la maternidad a la mujer.

Estas guerras no tienen más objetivo, aparte de hacer un poco de darwinismo ario, que el de mantener alto el prestigio del Reich, en la línea de las expediciones de castigo de los romanos. También de Roma toma el Führer sus ideas para la colonización de los nuevos territorios, las fértiles llanuras del Este que forman su ansiado imperio, ya que no piensa construir nuevas urbes que reemplacen a las destruidas: las tierras al oeste del limes son un mosaico de granjas explotadas por los veteranos que han conquistado Europa, tal y como hacían Cesar y Octavio, repartiendo lotes de tierra como compensación por el servicio en las legiones. De este modo Ucrania y la Rusia europea serán germanizadas por el arado.

Claro que hay quien no está muy dispuesto a cambiar la vida de la ciudad por una granja, pero Hitler también ha decretado que los alemanes raciales** se trasladen a los distritos orientales una vez estos queden despoblados***, así que, sí o sí, las granjas son el futuro para una buena cantidad de ciudadanos. No obstante Adolf no ignora los atractivos de la cultura urbana, así que todo el Este está unido por una inmensa red de autopistas. De este modo, el granjero que desee el ocio de la ciudad no tendrá más que coger su volkswagen (que sólo verán tras la guerra, durante la misma toda la producción de escarabajos fue confiscada por el ejército) y conducir uno o dos días para disfrutar de una semana de alegría y esparcimiento cultural. Dicho sea de paso, de ahí viene tanta preocupación por que los esclavos subhumanos aprendan a entender las señales de tráfico, para que sepan por donde cruzar sin morir atropellados.

¿Qué cultura se disfruta en el Reich? Puede parecer muy audaz elucubrar sobre algo así pero en realidad el planteamiento es muy simple: el nivel de culto a la personalidad del Führer es tal que, por comparación, Mao parecería un don nadie en la china comunista, y cultura para los alemanes es lo que Hitler diga que es. Ni más ni menos.

La pintura, por ejemplo, retrocede al siglo XIX. A los ojos de Hitler, todo lo posterior al romanticismo (alemán, por supuesto, el romanticismo francés es basura) debe ir a la hoguera****. Matisse, Lautrec, Picasso, Schiele, Klint, Grosz ... son ya solo un recuerdo del pasado diluido entre humo y cenizas. Lo mismo puede decirse de la escultura. Los nazis sólo ven aceptables las estatuas helenistas, por supuesto de acuerdo a su concepto del helenismo, ya que si Adolf viera el aspecto real de una estatua griega tal y como eran realmente (policromada con los tonos más vivos, incluyendo púrpuras y oro) sufriría una apoplejía. Así que las calles de Alemania están repletas de estatuas imitando el pseudoclasicismo de Arno Brecker, con arios heroicos, de cuerpos musculosos y perfectos, siempre desafiando al mal o contemplando el mañana con rostro estoico (por no decir inexpresivo, uno diría que Brecker no sabía hacer más que una sola cara y no se salía de ella por si acaso)

La música popular se mantiene estrictamente germana. El Jazz y todos sus derivados, infame música de negros, han sido extirpados. Las tiendas de discos rebosan de cantantes vestidos con traje bávaro, mejillas sonrosadas y acordeones en ristre. Y eso en lo que a la música de la calle se refiere, porque la gran música ha sido expurgada de todo lo que no sean valses facilones (los gerifaltes nazis son torpones, es mejor no intentar sacarlos del un dos tres un dos tres) y óperas grandilocuentes, repletas de cantates gordas vestidas de vikinga y un buen TATACHÁN al final para que el público despierte y aplauda. Bach o Mozart, sólo se consideran aceptables como predecesores de Beethoven y Wagner. Y más vale que ninguna ciudad pretenda hacer sombra a Bayreuth, porque la cólera de Hitler caerá sobre ella.

Aparte del Mein Kampf***** en los hogares alemanes hay abundancia de autobiografías, obras sesudas sobre la raza y el futuro, encabezadas por el inevitable El Mito del Siglo XX****** de Rosenberg. La poesía debe ser heroica, o naturalista. La novela debe versar sobre el heroismo y la raza, el teatro debe reflejar el heroismo y la justicia... los cabarets sobreviven gracias a que la mayoría pagan cuantosos sobornos a los jefes locales del partido, y estos son muy amigos de visitar privadamente a cantantes y bailarinas.

Las mujeres, dicho sea de paso, carecen de relevancia social. En las Juventudes Femeninas se forman en el espíritu de entrega al ideal nacionalsocialista. Luego la mayoría pasan a depender de sus maridos en todo, salvo que se conviertan en solteronas o vedettes. Hay excepciones, como Hanna Reitsch o Leni Riefensthal, pero el ejemplo a seguir es la abnegada Magda Goebbels, con seis rubios hijos, y siempre a la sombra de su esposo. Su participación en la vida cultural, fuera de ser intérpretes musicales (¿una compositora? eso sería antinatural) se limita a los géneros menores, adecuados para su fragilidad intelectual. Pueden escribir o pintar sobre niños, flores, atardeceres, princesas... todo aquello que luego leerán o verán las niñas. Y ya.

* Eso pensaba hasta los años finales de la guerra, cuando consideró que la derrota se debía a que los buenos alemanes habían caído luchando y ya solo sobrevivían los cobardes, luego el pueblo alemán ya no merecía sobrevivir
** Las comunidades de origen germano que vivían fuera de las fronteras alemanas, como los alsacianos.
***Las poblaciones del sur de ucrania planteaban un problema racial, ya que su aspecto era claramente germano. Hitler opinó al respecto que las duras condiciones de vida en el Este habían hecho evolucionar a algunas comunidades eslavas a un estado preario. Por supuesto se decretó su exterminio.
**** Cualquier pintor que disgustase a un alto cargo del Partido Nazi podía ir buscandose la vida como tornero o fresador: una acusación de arte degenerado bastaba para condenarle al ostracismo.
**** Era obligatorio que hubiera un ejemplar en cada casa: los ayuntamientos regalaban uno a cada pareja que se casaba, lo que suponía unos jugosos ingresos al Führer, ya que cobraba abultados derechos de autor
***** Un libro tan fatuo, retórico enrevesado y pomposo que hasta los propios nazis lo consideraban ridículo e ilegible, empezando por Hitler y Goebbels.

martes, 6 de mayo de 2014

ALGUNAS RECOMENDACIONES Leer Historia (I)


Desde niño he sido un ferviente lector de Historia. El primer libro que leí dentro de ese género fue una historia del nacimiento del estado de Israel, sobre mis 9 años, y desde entonces adoro sumergirme en el pasado.

A día de hoy me considero un aficionado competente: me gusta indagar, documentarme, contrastar fuentes... incluso me atrevo a plantear hipótesis sencillas como diversión. Pero no hay nada comparable al placer que supone la lectura de un buen autor, de una de esas personas que, no sólo aman su trabajo  y disfrutan escribiendo, sino que logran transmitirte esa pasión.

Por supuesto hay gustos para todos los colores, pero voy a recomendar una selección de títulos ideal para abrir boca en la Historia. Que no está muerta, ni enterrada, y que puede estremecernos si las palabras saben hacerle justicia.

La arqueología es una de las ramas más fascinantes de esta ciencia, y si alguien ha sabido transmitir esa fascinación es C. W. Ceram, con Dioses, Tumbas y Sabios. Esta obra suma ya 65 años y no ha perdido ni un ápice de su frescura ni de su capacidad para asombrar. De la pluma del alemán nos adentramos en las raíces del pasado, siguiendo los pasos del niño que un día soñó con descubrir Troya, del aventurero que se compró una civilización, del joven que decidió volver a la vida el habla más antigua, del entusiasta que no se rindió y durante años siguió buscando la tumba del único faraón que nadie había encontrado... y vemos el duro camino por el que, ante los ojos del mundo (y de los nuestros), el pasado más remoto se hizo real.

Precisamente tras leer a Ceram descubrí otra joya, esta vez narrada en primera persona y con la emoción aún pegada a la piel del arqueólogo: El Descubrimiento de la Tumba de Tuthankhamon, de Howard Carter. El autor no solo nos enseña cómo es el trabajo del arqueólogo (y es un trabajo duro y fascinante) sino que logra transmitirnos la intensidad, la magia de ese instante en que abrió un orificio en la puerta, introdujo una luz, y al mirar supo que era el primer ser humano que contemplaba otro mundo.

Samuel Noah Kramer quería publicar un resumen de los hallazgos en las traducciones de las tablillas encontradas en las excavaciones de la antigua Sumeria. Y quiso titular su libro de esa forma: "Últimos hallazgos en las traducciones de las tablillas...." Por suerte para él, y para nosotros, un amigo le dijo que ese título no vendería nada, y le propuso cambiarlo. Acertó de pleno, porque no sólo La Historia Empieza en Sumer se convirtió en un Best Seller, sino que el título refleja con exactitud su contenido. En los textos de los sumerios, la primera de todas las civilizaciones, leemos como un alumno planea hacerle la pelota al maestro para sacar mejores notas, como un anciano se queja de que la juventud solo piensa en divertirse en vez de trabajar y ya no se respetan ni las leyes, ni la moral, ni a los mayores. Y, entre otras joyas, descubrimos la Primera Historia, la saga de Gigamesh*, tan antigua que incluye la versión más antigua que conocemos del antiguo mito que dio origen al Génesis.

Sucede que lo antiguo no tiene por que ser solemne y aburrido. Desde los mismos orígenes de la Historia ha habido grandes autores: yo me quedo con dos de ellos, ambos griegos, aunque sus vidas y obras no podrían ser más dispares.

La Historia de la Guerra del Peloponeso, de Tucidides, narra con toda crudeza el modo en que Esparta y Atenas se desangraron tras las guerras médicas. Ateniense, Tucídides retrata sin tapujos el afán imperialista de su ciudad, relatando incluso los episodios más viles. Su pluma, elegante y austera, hubiera merecido mejor suerte que la de narrar lo que, a la postre, no fue más que un cúmulo de rencillas y miserias provincianas, pero esa suerte le correspondió a Polibio: rehén en Roma, huésped de la casa de los Escipiones, su Historia Universal nos cuenta, con asombro, como Roma se enseñoreó del Mediterráneo en apenas 20 años, desde las tierras de Hispania hasta las costas de Siria.

Y si queremos saber más de esos dos pueblos, nada como buscar Historia de Los Griegos e Historia de Roma de Indro Montanelli. Este autor nos regala un relato ameno, vibrante, desmitificador y lleno de buen humor. Leerle no sólo es instructivo: es una delicia.

A veces, empero, es interesante ver el otro lado de la colina, y eso es lo que hacen Terry Jones (sí, el de los Monty Python) y Alan Ereira en Roma y los Bárbaros. Todos hemos oído hablar de galos, partos, germanos, dacios... a través de lo que nos contaron los romanos. Estos autores, en cambio, toman la palabra por los vencidos y asesinados, porque Roma fue, ante todo, la gran destructora. Y duele, os aseguro que duele comprender cuantas voces han sido acalladas con los siglos

Hablando de mordazas, Manuel Fernández Álvarez nos ofreció en los 90 dos magníficas semblanzas de Carlos V y Felipe II, pero de toda su obra me quedo, sin dudarlo, con Casadas, Monjas, Rameras y Brujas. Porque si nos atenemos a lo que cuentan los libros, uno acaba por creer que antes no había mujeres, ya que nunca se las menciona. El autor no se queda en los grandes nombres, y repasa, estrato por estrato, la sociedad renacentista, para traer ante nosotros a todas las mujeres, desde la noble más encumbrada a la gitana o la morisca más humildes.

Y, sin salirnos de España ni alejarnos mucho en los siglos, recomiendo encarecidamente cualquiera de las obras de José Deleito y Piñuela, un autor de los años 40 que retrató todas las miserias de la sociedad española de los Austrias. No obstante, y en el caso de que sólo hubiera que elegir una de sus obras, yo me lanzaría sin dudarlo sobre La Mala Vida en la época de Felipe IV. Es una lectura aparentemente ligera y desenfadada pero, tras la amenidad de su lectura, queda un poso que oprime el alma. Creedme: cuando uno ve como era este triste país en el Siglo de Oro, no deja de tener la desagradable y familiar sensación de que no nos hemos alejado demasiado del presente. España daba el mismo asco entonces que ahora.

* Antigua en años, pero la narración de Gigamesh nos habla con la misma intensidad que si se hubiera escrito hoy. 

lunes, 5 de mayo de 2014

UN MUNDO FELIZ (II) Ciudadanía, o ¿qué lugar ocuparía nuestro cuñado?


Bien, ya hemos visto que las naciones no tienen mucha cabida en la Europa nazi pero ¿y las personas? Después de todo los nacional cuñadistas piensan que en esa utopía cada uno recibiría su recompensa en función de su valía, y creen que la suya sería muy apreciada.

En realidad, el sitio de cada europeo en la sociedad nazi depende de dos factores: su origen racial y su idoneidad política.

La cumbre social está reservada para los arios de absoluta pureza y perfectas condiciones físicas, comprometidos en cuerpo y alma con el nacionalsocialismo y seleccionados, ya desde niños, en las Juventudes Hitlerianas: superhombres educados en las Napolas, destinados a ocupar los puestos más importantes del gobierno y el Partido.

El resto de la población germánica goza de todos las ventajas ciudadanos, con preferencia para los miembros del NSDAP (que es como decir todos, ya que nadie quiere quedarse fuera del banquete). Dentro de esa masa rubia, empero, no es lo mismo un prusiano que un alemán racial, como los nativos de los Sudetes o los Alsacianos, y estos a su vez están por encima de los germanos fallidos, belgas y holandeses, a los que se presupone demasiado contaminados ideológica y racialmente. Caso aparte son los nórdicos (daneses, noruegos...) de sangre aria tan pura o más como la de los alemanes, pero de entrega nacionalsocialista tibia.

Dentro del Reich también hay etnias inferiores. Los eslovacos, pese a ser eslavos, demostraron su fidelidad antes de la guerra y durante el conflicto, y si bien están por debajo de cualquier germano de sangre, quedan por encima de los checos. Estos son universalmente despreciados, aptos sólo para trabajo servil. Los checos, a su vez, son casi libres comparados con la población esclava del Este.

Fuera de las fronteras germánicas las categorías se convierten en un puzzle. Los ingleses, por ejemplo, son germánicos de estirpe pero políticamente están clasificados como no afines, y su supervivencia como nación se debe a que no se les considera asimilables. En cierto modo están en cuarentena.

Peor suerte han corrido los franceses: su ascendencia francocelta les convierte en un pueblo semigermánico degenerado, más allá de toda posibilidad de arianización, y su histórico enfrentamiento con Alemania (más el aborrecimiento del Führer por todo lo francés) les ha costado el desmembramiento de su nación y una existencia bajo sospecha.

Los aliados del Reich durante la guerra no son germánicos, sino latinos y magiares. Su categoría varía en base a su devoción. Los italianos están en la cúspide por la fidelidad de Hitler hacia su amigo Mussolini*. Les siguen los rumanos, fieles compañeros de batalla en el Este, y más atrás los españoles, que no participaron activamente en la guerra** y los húngaros. Estos son mirados con desconfianza ya que el gobierno del regente Horthy hizo todo lo posible por proteger a sus súbditos judíos. Estos cuatro pueblos son, pues, racialmente inferiores y políticamente afines. De las cuatro naciones, sólo Italia puede negociar con Alemania en condiciones de cierta igualdad. Las otras tres son tratadas con un mínimo respeto: no es que sus opiniones cuenten, pero se procura no humillarles.

El caso español, por cierto, es aún más ambiguo, ya que su entrega ideológica es buena y sus cualidades como combatientes son apreciadas, pero Hitler les considera incapaces de toda evolución política, un pueblo apto para recibir órdenes, no para darlas. Además hay división étnica: las poblaciones de la cornisa cantábrica (gallegos y astures) tienen cierta idoneidad racial, como algunos núcleos de población extremeña***, y al contrario que el resto de los españoles. Sobre todo los andaluces, que son vistos por los nazis como semiafricanos. Por ende, y pese al histórico antisemitismo español, los alemanes han elaborado listas muy detalladas de apellidos racialmente sospechosos, aprovechando la obsesión de los archivos históricos españoles por la limpieza de sangre.

Los vascos suponen todo un reto para los ideólogos de la segregación racial. Es evidente que no tienen ascendentes judíos, pero también está muy claro que por sus venas no corre ni una sola gota de sangre, no ya germana, sino ni siquiera remotamente indoaria.

Los pueblos balcánicos son súbditos de Italia, y los italianos no se preocupan demasiado de los temas raciales. La única excepción son los griegos, debido a la admiración del nazismo por la antigua Grecia. Los griegos son vistos con simpatía por los amos del continente, e incluso hay quien, como Himmler, se empeña en encontrar vínculos raciales entre los antiguos helenos y las tribus germánicas. Claro que Himmler ve vínculos con cualquier pueblo que llame su atención, y hasta ha buscado conexiones raciales entre los alemanes y los japoneses ****

Italia, por cierto, es la única de las naciones no alemanas económicamente independiente. Rumanía, España y Hungría han visto como su escasa industria nacional ha sido adquirida por una red de consorcios alemanes ***** y están integradas en la economía del Reich como suministradores de materias primas y consumidores de manufacturas.

Resumiendo ampliamente, tenemos una Europa dividida en castas raciales e ideológicas, desde la élite gobernante hasta los pueblos serviles. Hay cuatro países con diversos grados de independencia real, aliados de los vencedores, y dos con libertad vigilada, derrotados en la guerra. Dentro de esa telaraña los españoles ocupan un puesto medio-inferior: pueden ocuparse de sus asuntos, pero carecen de influencia como nación. Simplemente son tolerados, y más tarde o más temprano el gobierno de Franco recibirá sugerencias sobre asuntos como la limpieza racial, o la soberanía sobre sus islas.

¿Donde deja esto a los nostálgicos del nazismo en nuestras latitudes? Pues, en el mejor de los casos, serían ciudadanos de tercera, habitantes de países de tercera, y en los peores, dependiendo de sus apellidos, entrarían a la categoría de cuarterones, parcialmente judíos, e incluso, directamente subhumanos, como los chuetas. Y eso los españoles, con nacionalidad propia: los griegos de Amanecer dorado, por ejemplo, no serían aptos ni para limpiar botas en la Europa Nazi y se podrían dar con un canto en los dientes de ser súbditos del Duce. En realidad nuestros fervorosos neonazis deberían estar más que agradecidos a la victoria aliada del 45, pero ni la gratitud ni la memoria caben en cerebros acostumbrados a rebuznar.

Por cierto, todo lo anterior se refiere, exclusivamente, a los hombres. Las mujeres, en el ideario nacionalsocialista, no existen jurídicamente como personas. Se las considera débiles mentales, y no pueden realizar ninguna actividad ajena a la maternidad y el cuidado del hogar sin permiso expreso de sus padres, hermanos, maridos o hijos. Están obligadas a procrear por el bien de la patria y no deben distraerse de esa sagrada labor. Además se les aplica la legislación racial en un grado más, ya que si bien se considera socialmente admisible que un alemán****** se case con una mujer de categoría inferior a la suya (no son raros los matrimonios con mujeres italianas, por ejemplo), bajo ninguna circunstancia se acepta que una alemana haga lo propio con un latino o un eslovaco.

* La amistad entre ambos dictadores se cimentó durante la crisis del Anchluss. Hitler no olvidó el apoyo de Mussolini ni siquiera en sus horas más bajas, de ahí que ordenase su liberación cuando fue recluido en 1943.

** La División Azul era una división nominal del Heer alemán, no una agrupación militar española, así que en el mejor de los casos puede considerarse a España como nación simpatizante, no como aliada

*** Descendientes de las repoblaciones con emigrantes alemanes en tiempos de Carlos I

**** El ReichsFührer se empezó a interesar por Japón durante la guerra, tras recibir como regalo por parte de la embajada nipona unas espadas antiguas y algunos textos sobre el bushido. Enseguida se lanzó a buscar pruebas de un origen ario de los japoneses. Las obsesiones de Himmler eran comentadas por Hitler con grandes burlas en sus conversaciones privadas

***** Ese proceso empezó en España casi al acabar la guerra civil y sólo la derrota nazi cortó la creciente influencia germana en la industria y, sobre todo, la minería.

****** A excepción de las élites, obligadas a salvaguardar su pureza racial por ley.

viernes, 2 de mayo de 2014

UN MUNDO FELIZ (I) Las nuevas fronteras


Hace 69 años el ejército soviético aplastó al nazismo y la bandera roja se alzó sobre las ruinas humeantes de Berlín. Era el final de una pesadilla que duró más de una década y que, de acuerdo a las previsiones de sus artífices, debería haberse prolongado durante 1000 años.

Ya al día siguiente de la victoria aliada, se oían voces (en España, por cierto, muchas) que lamentaban la derrota del nazismo. Hoy sigue siendo un lugar común en determinados círculos afirmar que, al margen de las atrocidades cometidas durante la guerra (y convenientemente minimizadas por los comentaristas), la victoria hitleriana hubiera dado paso a una edad de Oro para la humanidad. Ese tipo de imbéciles (no se me ocurre otro término para describirles) suelen pasar a afirmar que Hitler era un gran político y un visionario. Por supuesto sin haber leído jamás ni una sola línea sobre el tema, mucho menos haber leídos sus textos, ni siquiera sus discursos. Los nacional-cuñadistas parecen convencidos de que a estas alturas viviríamos (sobre todo ellos) en un paraíso, así que creo interesante analizar cómo habría sido ese Nirvana ario (en el que la mayoría de ellos habrían sido ciudadanos de tercera categoría, como veremos más adelante)

Podemos hacernos una idea de las ideas de futuro del nazismo gracias a la prodigiosa verborrea de Hitler y Goebbels, su ministro de propaganda. Bormann hizo transcribir todas las conversaciones de sobremesa de su amo, y el ministro nos dejó sus diarios, llenos de comentarios sobre la actualidad (pasada por su enfermiza visión de la realidad) y el futuro que llegaría tras la guerra. Hagamos un ejercicio de historia ficción: viajaremos a los años 50, para ver esa Europa renacida bajo la cruz gamada. Supongamos, pues, que Japón no atacó a EEUU, Roosevelt no entró en la guerra, la URSS se desmoronó entre 1941 y 1942 y Gran Bretaña, atenazada por una masiva campaña submarina pidió la paz en 1943.

Ante todo, repasemos el mapa. Las fronteras de la mitad septentrional del continente han desaparecido: Bélgica, Holanda, Luxemburgo, Dinamarca y Noruega han sido absorbidas por el Reich, agrupando a todos los pueblos de estirpe germánica en una sola nación. Suecia y Suiza, también desaparecieron, más o menos al año de terminar la guerra. Suiza, en concreto, ha sido partida en dos, y su mitad sur es italiana.

Francia sobrevive como estado semiindependiente, sólo en parte. El tratado de paz no se firmó en los 40 ya que las exigencias territoriales eran tan brutales que se decidió esperar al final de la guerra para resolverlas. Alsacia y Lorena están en manos germanas, pero también el tercio norte del país, desde la Borgoña* hasta Calais, es alemán, incluyendo toda la costa del Atlántico hasta Brest. París ya no es la capital, y sólo se salvó de ser demolida** porque Hitler quería que quedase intacta para que la gente pueda comparar su provincianismo con la capital del Reich , la nueva Berlín, rebautizada Germania, surgida tras la guerra por obra y gracia de su arquitecto favorito, Albert Speer.

En cuanto al sur del país, el Rosellón y la costa azul (incluída la ciudad de Mónaco) es ahora italiano, y parte de los departamentos pirenaicos son españoles.

El Este es alemán. Los aliados orientales, Hungría y Rumanía, apenas han recibido algunos territorios menores, y Polonia, Ucrania, Bielorrusia, las tierras bálticas y la Rusia europea hasta los Urales y el Cáucaso son el botín de la victoria. Sólo se han cedido algunas tierras al norte, para Finlandia, que ha recuperado sus fronteras anteriores al 39.

Respecto a los habitantes, los polacos germanizables (de apariencia razonablemente aria) siguen en sus tierras en la idea de ser asimilados en unas pocas generaciones pero la mayoría ha sido eliminada, un proceso iniciado ya en la guerra, al igual que la población rusa y ucraniana. No ha sido preciso exterminarlos activamente como a los judíos o los gitanos: se les dejó morir de hambre y frío tras demoler las principales ciudades rusas (incluídas Moscú y Leningrado). En dos inviernos la mayor parte de la población pereció y los supervivientes fueron empujados más allá de los Urales. Queda sólo una población residual esclavizada.

Sí: esclavos. El término exacto, de labios del Führer, es ilota***. Se les mantiene en un estado de semianimalidad, sin alfabetizar, enseñándoles lo justo para leer los carteles de carretera e interpretar las señales de tráfico y que no mueran atropellados. Esta población servil se utiliza para trabajar en marismas, minas y realizar cualquier labor que resulte indigna para los conquistadores. Viven en las peores tierras y, por orden de Hitler, en todos sus poblachos hay altavoces que transmiten a todas horas música burda, para tenerles entretenidos y sin pensar.

El sur de Europa, salvo la Península Ibérica (que ahora es enteramente española, los portugueses han pagado caro su apoyo a Gran Bretaña), es Italia, desde Córcega hasta el mar Egeo. También el norte de África ya que Franco apenas ha recibido una pequeña parte de las colonias francesas: el resto se ha unido a la Libia italiana, que ahora llega desde Orán hasta Siria.

Las Baleares se mantienen bajo soberanía española, pero Himmler lleva años presionando para convertirlas en un protectorado alemán. Dio los primeros pasos durante la guerra de España****, incluyendo la elaboración de un censo de la población judeobalear, las familias chuetas, que miran con preocupación al futuro y están empezando a emigrar a la Península.

Tras el armisticio, Inglaterra ha salvaguardado su independencia, bajo un gobierno afín, aunque Hitler ha prohibido que se exporten las condiciones políticas del nazismo: no desea que otros pueblos de raíz germánica se fortalezcan, así que en Londres se mantiene una apariencia de parlamento. Los ingleses, por cierto, han conservado sus colonias africanas, pero han perdido todas sus posesiones en Asia a manos de Japón. Francia conserva también algunas tierras en el continente negro, como Madagascar. Angola, Mozambique, Cabo Verde y Guinea Bissau han sido cedidas a Franco.

En cuanto al resto de África, Hitler siempre dijo que no tenía ambiciones de ultramar, sólo alguna pequeña colonia africana para suministrar cacao y caucho a Alemania. Esa pequeña colonia se ha traducido en la totalidad de las antiguas posesiones alemanas más todas las belgas. Rhodesia y Mozambique han sido entregadas a Franco. El ministro de exteriores español, Serrano Suñer, exigió que Timor fuera incluída en el lote, pero Japón acogió su petición con sorna.

*Comentado por Goebbels en sus diarios de 1943
**Declaraciones de Hitler en 1940 recogidas por Albert Speer tras la visita del Führer a París
***La palabra aparece una y otra vez en las conversaciones de sobremesa de Hitler, que al parecer estaba fascinado con la sociedad espartana. Igualmente menciona a menudo las condiciones en las que se les permitiría sobrevivir, incluyendo la música para tenerles distraídos
****Las Baleares estaban en el punto de mira alemán ya en 1938, al parecer con la intención de convertirlas en una gran base naval para segurar la presencia de la Kriegsmarine en el Mediterráneo.