Mujer iroqués

lunes, 7 de enero de 2013

MANOS


Como ya mencioné una vez, mis manos me fascinan.  Desde niño, me recuerdo observándolas, intrigado con sus movimientos y buscando sus posibilidades, que en esos tiempos eran sobre todo hacer figuras, sombras en la pared, buscar cruces extraños de dedos...

...nunca fui capaz de chascar los dedos, toda una infancia traumatizado por un defecto de fábrica.

Los niños del neolítico debían sentir la misma fascinación. Hay cientos de imágenes de manos infantiles en las cuevas y refugios, obtenidas por el conocido sistema de soplar color sobre el dorso y dejar el negativo en la roca. Las cosas no han cambiado tanto, los niños actuales siguen haciéndolo y a la que cogen un soplador de tinta, se repite el mismo acto, igual que hace cien siglos.

Me pasaba la vida dibujando. No tenía pandilla, así que fuera del colegio me buscaba el entretenimiento solo. Dinosaurios, barcos, mamuts, aviones, tanques, superhéroes, brutos mecánicos de MazingerZ... para cuando llegó a nuestras pantallas el puñetero robot japonés yo ya tenía claro que podía hacer más cosas con las manos que otras personas. No sólo dibujaba, también me entretenía moldeando con plastilina o arcilla. Tenía siempre las uñas llenas de mugre de colores, para desesperación de mi madre.

Paradójicamente, no me salían bien las manos. Creo que no hay una parte del cuerpo más compleja de retratar, me llevó años dibujar una mano decente, sigue siendo un martirio.

Nunca pensé que me ganaría la vida con las manos. Creí que me dedicaría a la biología, que excavaría dinosaurios o que trabajaría en el campo. Pero mientras estudiaba para perito agrícola empecé a sacarme algunas perrillas dibujando, y cuando me titulé ya había dado mis primeros pasos como profesional. No me arrepiento.

No me gusta que me llamen artista. No lo soy, yo soy un artesano. Trabajo con las manos. Y me enorgullezco de ello. Es agradable sentir que pones parte de ti en cada trabajo, y que el resultado sería distinto si lo hiciera otro. Y aún más gratificante es comparar lo que hago ahora con lo que hice hace años, y comprobar que, por poco que sea, sigo mejorando.

Me gusta pensar que aún me queda mucho camino por delante para llegar a ser bueno.

Cuando estiro mis dedos y crujo mis nudillos me gusta pensar que son algo más que parte de mi cuerpo: son herramientas de precisión, y al mismo tiempo son fuertes, duras.

Son bonitas: me gustan mis manos. No ganarán un premio de belleza pero no son un puñado de dedos sin vida. He estrechado alguna vez esas manos, blandas, gomosas, frías... las mías no son así, tienen fuerza, tienen vida.

Me conectan. Muestran cosas que los ojos no ven.

Tomo una piedra, un trozo de madera y siento su textura, su forma. A veces cuentan historias. Siento el papel bajo mis dedos al leer, el pelaje de un animal al rascarle, el tacto de su hocico cuando me estudia.

Doy un masaje y dejo que mis dedos lean. Siento músculos, tendones, huesos, vasos... veo bajo la piel. Noto donde se forma un agarrotamiento, profundizo, noto las fibras contracturadas, siento como reaccionan a la presión, veo el punto de dolor cuando encuentro su centro. Y a medida que lo deshago noto como los músculos van relajándose y la tensión cede. Y no necesito mis ojos, podría tenerlos cerrados todo el tiempo y seguiría viendo con mis dedos.

Y si es un masaje relajante, siento como ese cuerpo se acomoda bajo mis dedos, como su piel se vuelve más cálida y la respiración más suave. Noto su confianza en mis manos. Me gusta.

Mis manos acarician. Mi cuerpo, mi piel. Otros cuerpos, otras pieles. Te acarician.

Nunca soy tan consciente de mis manos como cuando te acaricio.

Despacio, notando antes de rozarte el calor de tu piel. Luego su tacto. Su suavidad aterciopelada.

Trazo un camino por tu vientre, redondeado y firme. A veces sigo viejos caminos, otras descubro rutas nuevas, me gusta hacer mapas con mis dedos y saber que mañana habrán cambiado.

Siento como mis manos recogen tu calor, y dejan más tras de sí. Cierro los ojos e imagino trazos brillantes tras mi camino, dibujo tu cuerpo sin mirarlo.

Se detienen al sentir un ligero estremecimiento. Lo sigo, lo enmarco y dejo que mis yemas lo amplifiquen, y tu estremecimiento sube por mis brazos y se extiende por mi piel.

Buscan el calor como las mariposas la luz. Bajan desde tu cuello, recorren tu pecho y notan como cambia la piel al llegar a la areola. Si me demoro unos instantes mis dedos se vuelven cálidos, tú los calientas. Puedo notar tus latidos. Y los míos.

Si bajan por tu vientre encienden una hoguera en mi piel. Y en la tuya. No hay caricia más dulce que sentir el tacto de tu placer. Tu temblor, la tensión que crece poco a poco y el instante en que se descarga. El modo en que tu cuerpo besa mis dedos.

Mis manos pueden decirte te amo, sin necesidad de palabras.

Las tuyas también lo hacen. Calladamente.

Creo que podría vivir sin mis ojos. Sería duro pero no imposible.

No podría vivir sin mis manos. Las necesitaría hasta para quitarme la vida.

7 comentarios:

Teresa A. dijo...

Jo...

Anónimo dijo...

A que no eres capaz de saludar a lo trekkie? yo sí. Y soy ambizurda.
Precioso post. Saludos. Susana

José Antonio Peñas dijo...

Maldición. Otro trauma al bote, y van...

José Antonio Peñas dijo...

Por cierto ¿cuál susana, si n es indiscrección?

El PaleoFreak dijo...

¿Por qué no agarras una polla y te la metes en el culo?

José Antonio Peñas dijo...

Quien sabe, la vida da tantas vueltas...

lyuti dijo...

Por cierto ¿cuál susana, si n es indiscrección?

Esta que firma.
Sorry, estaba perdida y no leí la pregunta.

Me flipa la gente que da vueltas al boli por encima del pulgar. Para mi imposible.

Un saludo.