Mujer iroqués

domingo, 23 de mayo de 2010

Breve guía del improperio (I)

El castellano es un idioma visceral, muy dado al comentario seco y tajante. Quizás por eso nuestro vocabulario incluye una rica y florida colección de improperios cuyo uso va más allá de la agresión verbal. Empleamos improperios para ofender a un mentado, bien es cierto, pero también (feliz paradoja) para alabarle o describirle, para subrayar la importancia de una acción o simplemente como refuerzo sonoro a nuestra oratoria.

El improperio, como la mayor parte de nuestro legado lingüístico, vive tiempos difíciles. Se usa de forma incorrecta, en situaciones inadecuadas, y su rica diversidad se ve menoscabada, ya que tres o cuatro términos monopolizan toda su área de trabajo. Dado que los medios de comunicación no hacen sino exacerbar esas tendencias y la Real Academia no presta la debida atención a este tesoro cultural, creo llegado el momento de ofrecer al lector una adecuada guía de términos ofensivos y malsonantes, en la confianza de enriquecer nuestro habla cotidiana y preservar nuestra herencia.

Analizaré primero los epítetos clásicos, en principio los de menor carga dialéctica. Sólo referiré aquellos que aluden a la capacidad intelectual del afectado, ya que las ofensas relacionadas con el aspecto físico no merecen la menor atención: los que como yo nos asomamos con prudencia al espejo por las mañanas sabemos que la belleza es pasajera e intrascendente y su reparto resulta notoriamente injusto.

Empezaré por el que podría ser considerado como el insulto medio del castellano, TONTO (-A) y sus sinónimos tontaina, tontaco y tontorrón. Describe a la persona falta o escasa de entendimiento. El tonto es un ser limitado, que no ve más allá de la superficie de las cosas, lo que le hace susceptible de burla y engaño. Pese a la afirmación de que tonto es aquel que hace tonterías, lo cierto es que el tonto suele ser consciente de su condición, lo que le lleva a la prudencia: de ahí la abundancia de tontos muy listos.

Su diminutivo (tontito-a) tiene un matiz cariñoso, siendo muy usual su empleo en familia o dentro de una conversación de pareja. El aumentativo (tontísimo) no aporta gran cosa en cuanto a contenido pero tenemos una amplia familia de términos compuestos que magnifican la condición del tonto. Los hay para todos los gustos (tontolanona, tontolapolla…) pero los más característicos son

    – Tontolaba: tonto de categoría superior, incapaz de apercibir la realidad que le rodea.
    – Tontolculo: tonto muy, pero que muy muy tonto.
    – Tontoloscojones: tonto en grado superlativo, cuya tontería roza ya lo congénito.

Por debajo del tonto nos encontramos con un falso sinónimo, el IDIOTA. Este término designa una limitación que va más allá de la simple falta de raciocinio. La idiocia, de hecho, fue clasificada en otros tiempos como un problema mental, y en años realmente tristes se empleó como justificación de políticas eugenésicas. Debido a ello, es un término que, personalmente, prefiero no usar.

BOBO es un sinónimo casi perfecto de idiota, que suple su escasa musicalidad con la contundencia de la doble o. Además es un improperio realmente breve, siendo superado en cortedad sólo por su homónimo francés, Sot, un término admirable, empleado con gran elegancia por el Cyrano de Rostand


Voilà ce qu’à peu près, mon cher, vous m’auriez dit
Si vous aviez un peu de lettres et d’esprit
Mais d’esprit, ô le plus lamentable des êtres,
Vous n’en eûtes jamais un atome, et de lettres
Vous n’avez que les trois qui forment le mot : sot !


Más allá del idiota o bobo están los términos relacionados con las carencias intelectuales severas, encabezados por el desagradable epíteto subnormal. Dado que esta palabra se aplicaba antaño a personas con graves discapacidades es preferible evitar su uso y el de sus sinónimos (como el infamante mongol). En su lugar propongo un neologismo felizmente acuñado por los geniales Gallardo y Mediavilla en su inmortal obra Makoki en Niu Yos: INNORMAL.

Si volvemos al centro de nuestra escala y subimos un peldaño por encima del tonto nos daremos de bruces con el PARDILLO, personaje que podríamos describir como aquel que, no siendo demasiado tonto, se cree mucho más listo de lo que es, Hablamos pues de la víctima perfecta para charlatanes, sacacuartos y otras gentes de escasos escrúpulos. Esta incapacidad para percibir adecuadamente la propia limitación hace que el pardillo, siendo algo más inteligente que el tonto, sufra con mucho más rigor los problemas derivados de su condición.

Aún más grave es la situación del ESTÚPIDO, que podríamos describir como la persona que no es especialmente tonta pero cuyas acciones, elecciones y decisiones son estúpidas, es decir, contrarias al sentido común. Si pensamos en términos televisivos, el actor Benny Hill solía encarnar personajes tontos, mientras que el Mr. Bean de R. Atkinson encaja en el perfil del estupido.

La estulticia es independiente de las cualidades intelectuales del sujeto, ya que se puede ser una eminencia en varias especialidades del conocimiento sin dejar de ser un completo estúpido. La gravedad de esta condición radica en que causa daños de forma aleatoria e imprevisible: el dolo que sufre el pardillo beneficia al que le engaña, pero el del estúpido no genera beneficio alguno. Un estúpido puede generar un desastre que afecte a todos sus conocidos sin obtener ningún beneficio de ello, y en general perjudicándose a sí mismo por el camino. Y lo hará sin premeditación o malicia, con la mejor de las intenciones y sin aprender nada de sus errores, es decir, estúpidamente*.

En el extremo superior de nuestra escala está el IMBÉCIL. Podría parecer una persona de la misma categoría que el estúpido, pero va un poco más allá, porque el imbécil es aquel que actúa de forma estúpida pero no sufre daños propios o no es consciente de los mismos. Hablamos del bocazas que nos avergüenza públicamente, el impresentable que publica en internet las fotos que creíamos felizmente perdidas, el fantasmón que suelta el volante para que todos vean lo firme que es la dirección de su coche, el gracioso que apunta a todos sus amigos a la lista de correo de una web de zoofilia… Esta persona no se considera perjudicada por las consecuencias de sus actos y si encuentra alguna causa de diversión en ellos va creciéndose hasta convertirse en un genuino elefante en cacharrería o trata de perfeccionar su arte, degenerando en bufón o payaso.

A largo plazo, empero, el imbécil es menos lesivo que el estúpido, ya que la evidencia (para los demás) de su condición y el exacerbamiento de sus acciones le lleva a sufrir el ostracismo social o a acabar rodeado por sus semejantes, en tunas universitarias, peñas deportivas, clubs de fans y otros asociaciones de mal vivir, donde su imbecilidad no destaca demasiado dentro del promedio.

*Para los que deseen profundizar en este espinoso tema recomiendo encarecidamente la lectura de Las leyes fundamentales de la estupidez humana, de Carlo M. Cipolla.

2 comentarios:

molinos dijo...

A mi me mola: eres un absurdo.
Sé que no es insulto pero cuando yo lo digo concentro todo mi desprecio...

...es que estoy hostil..

José Antonio Peñas dijo...

Un común amigo de María y mío usa ese término de forma muy descriptiva: se refería a una vecina suya que tenía, y cito sus palabras, una hija absurda.

Por cierto que ahora que caigo tengo que editar el texto porque me he dejado un sinónimo cuasi perfecto de Idiota